jueves, 31 de octubre de 2013

CAPITULO 2

Después, tembloroso descolgó el auricular
-¿He captado ahora su atención? —dijo la voz masculina cuando Langdon contestó por fin.
-Sí, ya lo creo. ¿Quiere hacer el favor de explicarse?
-Intenté decírselo antes. —La voz era precisa, mecánica-. Soy el actual presidente de
España. El discurso que ve es el que hizo Ana Botella para presentar la candidatura de los
juegos Olímpicos en nuestro país.
-¿Cómo me ha localizado?
Langdon apenas podía concentrarse. Su mente huía de la imagen del fax.
-Ya se lo he dicho. Internet. La pagina de sus libros.
Langdon intentó serenarse. Sus libros eran prácticamente desconocido en los círculo
literarios dominantes, pero tenía un buen numero de seguidores internautas. No obstante, la
afirmación del desconocido era absurda.
-Esa página carece de información de contacto —explicó Langdon—. Estoy seguro.
-Tengo gente en el Parlamento muy experta en extraer información de la Red.
El escepticismo de Langdon no disminuía.
-De la impresión de que su Parlamento sabe mucho sobre la Red
-Por fuerza-replicó el hombre-.Nosotros le invitamos a hacer una conferencia en nuestro
Parlamento.
Algo en la voz del hombre reveló a Langdon que no estaba bromeando.
-Ha de venir- insistió el desconocido.- No podemos hablar de este asunto por teléfono. A de
coger cuanto antes un avión
Langdon analizó el fax que sostenía en la mano a la tenue luz del estudio. La imagen era
impresionante, pues tal vez representaba el hallazgo del siglo.
-Es urgente-apremió la voz.
-Me he tomado la libertad de enviarle un avión-.
Llegará a Boston dentro de veinte minutos.
Langdon sintió la garganta seca.
-Le ruego que perdone mi atrevimiento- dijo la voz-Le necesito aquí.
Langdon contempló otra vez el fax. Miró por la ventana. Cuando una extraña combinación
de miedo y jubilo se apoderó de el, Langdon comprendió que no tenia elección.
-Usted gana-dijo. Dígame donde tomaré el avión.

miércoles, 30 de octubre de 2013

CAPITULO 1

Robert Langdon paseó descalzo por su casa victoriana de Massachussets y tomó su remedio
habitual contra el insomnio, un chocolate caliente. La Luna de Mayo se filtraba por las
ventanas y bañaba las alfombras orientales. Los colegas comentaban en broma que la casa
parecía mas un museo de antropología que un hogar. Las estanterías estaban atestadas de
objetos religiosos de todo el mundo: un ekuoba de Ghana, un crucifijo de oro de España un
ídolo de las islas del Egeo, incluso un peculiar boccus tejido de Borneo, el símbolo de la
eterna juventud de un joven guerrero. En la oscuridad sonaba un teléfono, un sonido débil
que no le resultaba familiar.
Langdon descolgó el teléfono
-¿Diga?
-¿Señor Langdon?- dijo la voz de un hombre-. Espero no haberle despertado.
Aturdido, miró el reloj de la mesilla. Eran las 1:30.
- Si, yo soy Robert Langdon.
-Debo verle cuanto antes.
-¿Quien es usted?
-Me llamo Mariano Rajoy. Soy el presidente de España.
¿Como?- Langdon era incapaz de concentrarse-. ¿Está seguro de que soy el Langdon que
busca?
-Es usted profesor de simbologia religiosa en la Universidad de Harvard. Ha escrito tres
libros sobre simbologia y...
-¿Sabe que hora es?
-Le ruego me disculpe. Tengo algo que ha de ver. No puedo hablar de ello por teléfono.
Un gemido escapó de los labios de Langdon. No era la primera vez que le ocurría. Uno de
los peligros de escribir libros sobre simbologia eran las llamadas de fanáticos religiosos,
deseosos de que les confirmara la ultima señal de dios.
-¿Como ha conseguido mi numero?
Langdon intentaba ser educado, pese a la hora.
-En Internet. La pagina web de sus libros.
Langdon frunció el ceño. Sabia perfectamente que la pagina web no incluía el numero
telefónico de su casa. Era evidente que el hombre esta mintiendo.
-He de verle- insistió el desconocido-. Le pagaré bien.
Langdon se estaba enfadando.
-Lo siento, pero le aseguro..
-Si parte ahora mismo, podría estar aquí a las...
-No voy a ir a ninguna parte! Son las doce y media de la noche!
Langdon colgó y se derrumbó sobre su cama. Cerró los ojos e intentó dormir. Fue inútil. El
sueño estaba grabado a fuego en su mente. Se puso la bata desganadamente y descendió las
escaleras.
Mientras contemplaba la oscuridad con aire ausente, el silencio de su casa se vió perturbado
de nuevo, esta vez por el timbre de su fax. Demasiado agotado para enojarse, Langdon forzó
una carcajada cansada.
El pueblo de Dios, pensó. Dos mil años esperando a su Mesías, y siguen tan tozudos como
una mula.
Llevó al tazón vacío a la cocina y se encaminó pausadamente a su estudio chapado en roble.
El fax recién llegado esperaba en la bandeja. Suspiró, recogió el papel y lo miró.
Al instante, una oleada de nauseas le invadió.
La imagen que mostraba la pagina era la de un discurso en ingles. Las palabras estaban mal
escritas y sin ningún significado. Contempló las letras con incredulidad.
Al instante, se quedó sin respiración. Era como si le hubiera alcanzado un rayo. Incapaz de
dar crédito a sus ojos volvió a mirar el fax y leyó la frase.
-Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor.
Langdon, estupefacto, se dejó caer en una silla. Poco a poco, sus ojos se desviaron hacia la
luz roja parpadeante del fax. Quien había enviado el fax estaba todavía conectado, a la
espera de hablar. Langdon contemplo la luz roja parpadeante durante largo rato.
Después, tembloroso descolgó el auricular.