Después, tembloroso descolgó el auricular
-¿He captado ahora su atención? —dijo la voz masculina cuando Langdon contestó por fin.
-Sí, ya lo creo. ¿Quiere hacer el favor de explicarse?
-Intenté decírselo antes. —La voz era precisa, mecánica-. Soy el actual presidente de
España. El discurso que ve es el que hizo Ana Botella para presentar la candidatura de los
juegos Olímpicos en nuestro país.
-¿Cómo me ha localizado?
Langdon apenas podía concentrarse. Su mente huía de la imagen del fax.
-Ya se lo he dicho. Internet. La pagina de sus libros.
Langdon intentó serenarse. Sus libros eran prácticamente desconocido en los círculo
literarios dominantes, pero tenía un buen numero de seguidores internautas. No obstante, la
afirmación del desconocido era absurda.
-Esa página carece de información de contacto —explicó Langdon—. Estoy seguro.
-Tengo gente en el Parlamento muy experta en extraer información de la Red.
El escepticismo de Langdon no disminuía.
-De la impresión de que su Parlamento sabe mucho sobre la Red
-Por fuerza-replicó el hombre-.Nosotros le invitamos a hacer una conferencia en nuestro
Parlamento.
Algo en la voz del hombre reveló a Langdon que no estaba bromeando.
-Ha de venir- insistió el desconocido.- No podemos hablar de este asunto por teléfono. A de
coger cuanto antes un avión
Langdon analizó el fax que sostenía en la mano a la tenue luz del estudio. La imagen era
impresionante, pues tal vez representaba el hallazgo del siglo.
-Es urgente-apremió la voz.
-Me he tomado la libertad de enviarle un avión-.
Llegará a Boston dentro de veinte minutos.
Langdon sintió la garganta seca.
-Le ruego que perdone mi atrevimiento- dijo la voz-Le necesito aquí.
Langdon contempló otra vez el fax. Miró por la ventana. Cuando una extraña combinación
de miedo y jubilo se apoderó de el, Langdon comprendió que no tenia elección.
-Usted gana-dijo. Dígame donde tomaré el avión.
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